Leandro

En la mitología griega, Leandro era un joven que se enamoró de Hero, una sacerdotisa de Venus que vivía en Sestos, a las riberas del Helesponto, que es lo que hoy llamamos el estrecho de Dardanelos. El asunto no hubiera sido especialmente interesante para nosotros de no ser porque el vivía en Abidos, una población al otro lado del mar. Y es que el bueno de Leandro, que debía tener una espalda impresionante, se decidió a atravesar cada noche el Helesponto a nado para encontrarse con ella, que le aguardaba en lo alto de una torre con una antorcha encendida para hacerle de faro. Así lograron encontrarse varias veces, pero se desató una fuerte tormenta que duró siete días y Leandro, impaciente, no pudo contenerse más. Se echó a nadar, la antorcha se apagó, las fuerzas le fallaron, y las olas arrojaron su cuerpo a las costas de la ciudad donde vivía Hero, que no pudo soportar el dolor y se arrojó al mar desde lo alto de su torre.

Y, sí, como podéis imaginar, os cuento esto para que sirva de introducción a un poema. Se llama, en un alarde de originalidad, Leandro, y está publicado en mi poemario Penúltimo momento (Madrid, Sial, 2005).

Por ti nadaré el mar que nos separa
siempre que el sol nos niegue su cuidado.
Por ti buscaré el buen morir al lado
de este dulce calor que nos ampara.

La luna crecerá y hará más clara
la noche; pero yo, de ti prendado,
me guiaré por el brillo acompasado
que reluce en los rasgos de tu cara.

Sigue pues en tu empeño de adorarme,
alíviame el amor entumecido,
sáname con tus pálpitos traviesos,

pero no dejes nunca de alumbrarme
o se transformará el agua en olvido
y me ahogaré, olvidado de tus besos.

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